Los desiertos del África del norte son impresionantes por su amplitud y su masa, aparentemente sin interrupción. Pero la realidad es que los bellos paisajes del Sahara, de Libia y de Egipto son infinitamente variados, llenos de dunas y lechos de ríos casi siempre secos y pedregosos, -los árabes les llaman uad-, de colinas bajas y altos relieves, de oasis y de gargantas relativamente frescas. Escrito así en un papel no nos puede dar una idea de la belleza y paz que encierran, cuando se ha tenido la suerte de contemplarlos.
Nuestro psiquismo nada teme tanto como esa ausencia de seres y cosas que implica la palabra desierto. Y, sin embargo el desierto no está vacío, ni mucho menos; fue nuestra imaginación y el desconocimiento en general quien levantó ese notable monumento al error, según el cual un desierto es un lugar donde no se encuentra ninguna expresión de vida vegetal y animal. Por suerte soy uno de los muchos agraciados que pueden dar fe de todo lo contrario.
Me voy a referir en esta ocasión a uno de los habitantes del desierto, la ganga común -Pterocles alchata-, que con su compañera la Ortega son unas de las tantas aves habitantes de los desiertos, así como las gangas. Pallas; Magrebíes; moteadas u otras aves como la Curruca enana; la Terrera elegante; el Chotacabras egípcio; el Tordo charlatán, el Gorrión del desierto; el Gran buho de Ascalafe; la Collalba negra, etc, etc,.
Las gangas que reunen a dieciséis especies en las partes más cálidas del Viejo Mundo, son aves terrestres de tamaño mediano, parecida a las palomas, con cabeza y pico pequeños, cuello y patas cortas, y largas y puntiagudas alas.
Vuela raudas en pequeñas bandadas dando cacareantes gritos para poder mantenerse en contacto unas con otras, su longitud es de treinta y siete centímetros con una envergadura alar de sesenta y cinco centímetros, su plumaje crípticamente coloreado por encima, pardo arenoso con o sin franja y moteado oscuro que la confunde con el medio árido en que viven. Las gangas, que como antes manifesté se parecen a las palomas aunque son específicas de las zonas desérticas abundan en la península Ibérica, zona sur, y muy localmente en el sur de Francia, siendo un raro divagante en las demás partes de Europa. Desde que nacen, cubiertos de pluma de la base del pico (desprovisto de la "cera" típica que poseen los pichones) a la extremidad de los dedos, son muy robustos y aprenden pronto a volar. Al cabo de pocos días, abandonan el nido, para explorar los alrededores volviendo al mismo al menor peligro.
Los padres cuando ven a las crías en peligro simulan tener un ala inútil para atraer lejos del nido al peligroso depredador. Su existencia no se centra tanto en el alimento como en la bebida. En efecto, encuentra suficientes insectos y semillas para saciar su apetito; sin embargo por extraño que parezca necesita gran cantidad de agua y recorre decenas de kilómetros con un vuelo fácil, rápido, para abrevar en su lugar acostumbrado. En los lugares donde aparece la ganga común no puede pasarnos desapercibida su presencia, porque nos sobre vuela diariamente varias veces al día en pequeños grupos emitiendo sonoros gritos.
La particularidad más notable de su anatomía es la posesión de una piel muy espesa y dura, que le facilita poder ocultarse entre los espinosísimos matorrales del desierto sin sufrir ningún daño.
Los adultos una vez saciada su sed, transportan el agua a sus crías en sus plumas pectorales, que están configuradas para retener agua.
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