Las ciudades en las zonas templadas, son prodigiosas aglomeraciones de vida, cuya densidad humana alcanza valores extremadamente insospechados. En la periferia de estas ciudades encontramos el desahogo a esta densidad en multitudes de viviendas rodeadas de jardines que a veces son minúsculos parques botánicos y zoológicos.
La proliferación de zonas ajardinadas ha traído consigo a todo un mundo de desaparecidos animales que hacen notar su presencia cuando el daño causado es irreparable. A su vez todo este variopinto mundo de insectos, trae consigo a un grupo de pájaros que son característicos de los alrededores de jardines y huertos, los cuales se han adaptado a convivir con el ser humano que, a cambio de su protección, son fieles guardianes que establecen el orden ante el caos ocasionado por estos indeseables insectos.
De entre todos estos pájaros, me voy a referir al prototipo de pájaro protector de flores y plantas: el carbonero común.
El carbonero común, que es el mayor párido de Europa y el más ruidoso, es un ave familiar muy conocida por los alrededores de algunas ciudades, aunque quizá se le desconozcan sus grandes cualidades como protector de jardines. Posee un dorso de color verdoso, las alas azules con franjas blancas, las partes inferiores amarillas con una lista central negra, la cabeza negra con las mejillas blanca y una eminencia pálida en la nuca.
Cría en bosque o en espacios más abiertos pero asociados con árboles en huertos y jardines. Cuando lo hace en el bosque expulsa a todos los ocupantes de pequeños agujeros,
después de una ofensiva generalizada contra ellos debido a la escasez de orificios que sufren, llegando incluso a criar en latas abolladas y en las cajas anideras puestas para este fin, siempre y cuando el orificio de entrada supere los treinta milímetros de diámetro (ésto lo especifico por si alguien tiene intención de ponerle alguna caja anidera en su jardín, que le aconsejaría)
La hembra construye el nido con una minuciosidad sorprendente, rellenando el hueco por muy grande que sea. Dentro del musgo, moldea una cavidad en forma de taza profunda que ablanda con pelos y plumas; este nido, donde la hembra deposita de diez a trece huevos, nos puede hacer pensar que siendo un pequeño pájaro de unos veinte gramos de peso, pueda dar el suficiente calor para incubar esa cantidad de huevos, que ella sola incuba.
Una vez más observamos lo sabia que es la Naturaleza, supliendo la falta de calor corporal de la madre con o la construcción de un cómodo y cálido nido y por otro lado al ser este pequeño pájaro víctima de muchos depredadores, para poder sobrevivir la Naturaleza le llevó a ser muy prolijo en sus puestas.
Cuando la hembra está incubando y se la molesta reacciona con bufidos salivosos, que muestran su rabia por ser interrumpida en esa importantísima labor de reproducción. Ambos progenitores nutren a sus polluelos, saliendo para ello en busca de orugas y pequeños insectos. Se ha llegado a contabilizar hasta novecientos vuelos por día en busca de insectos para alimentar a sus cría.
Ante esta constante alimentación no ha de extrañarnos que este párido sea uno de los grandes auxiliares en la lucha biológica contra las plagas agrícolas y forestales. En algunos lugares, cuando por las casas con jardines aparecen una o varias parejas de carboneros, les colocan cajas anideras para que críen y no se marchen; naturalmente sin permitir el desagradable espectáculo de las escopetas de aire comprimido que tanto mal causan entre éstos y otros indefensos pajarillos.
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