Leyendo la vida de Muhammad -la paz y las bendiciones sean con Él-, un buen observador, no musulmán, queda maravillado de la capacidad de este gran profeta para amar a sus semejantes.
Si partimos de la base, que en el periodo que es considerado básico para la formación mental de un niño, el Profeta -la paz y las bendiciones sean con Él- pasó por unos hechos luctuosos que dejarían a cualquier otro ser humano, de su edad, hundido en su interior.
Según la historia, su madre se trasladó con él de Meca a Yatrib -la actual Medina- cuando apenas tenía seis años; para visitar a unos parientes. Al regreso su madre murió y él tuvo que enfrentarse a su vida de huérfano, en una sociedad ya de por sí dura y que estaba basada en la condición social de las personas.
Como dije al principio, un buen observador tendrá un abundante material para estudiar la formación del carácter y personalidad de este "niño".
Según los psicoanalistas, todo este tipo de encadenados sucesos, suelen influir en la formación de quien los padece; un carácter débil, introvertido y de un ser perdedor. Pero con este "niño" ocurrió todo lo contrario. Su vida fue una constante preocupación por cuidar amorosamente a los huérfanos y a los desheredados, que no eran tenidos para nada en cuenta en esa época prehislámica. Al mismo tiempo que desarrolló un fuerte carácter, leal, creativo, de gran equilibrio y sin problemas psicológicos en los momentos de gran dificultad.
El el Corán podemos leer innumerables aleyas donde defiende a estos seres; al mismo tiempo que dirige sentencias violentas contra los egoístas y ladrones.
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